No folleto das festas do San Lourenzo de 1983 a comisión tivo a ben
incluír un pequeno artigo de Manuel Lugilde Díaz, que escribira en Betanzos,
aló polo ano de 1980.
Permítanme agora poder copiar este artigo titulado Una época concreta de Foz, no que se nos fala do Foz da infancia de
Manuel Lugilde:
“Les juro que estos intrascendentes sucedidos son recuerdos
extrapolados del Foz de la guerra civil que a cada uno le tocó vivir de niños.
Entonces, los indicadores de la villa en Marzán y Villajuane aludían al País de
Jauja; lo que parece ser no molestaba a nadie, a juzgar por los años que se
mantuvieron colocados.
Foz apenas era más que una plaza, el Campo y un poquito la Carretera a la llegada
de los autobuses de Vivero y Lugo. Como es fácil comprender, estaba lejano el
boom turístico comercial de nuestros días, que tanto cambió la fisonomía y –
comprensiblemente- el modo de ser de sus gentes, que poco o nada asemejan a las
de entonces.
Era Foz breve y peculiar, sin hombres jóvenes, extraídos para alimentar
la guerra, lo que nos daba a los críos cierto protagonismo más o menos
aprovechado. En verano, la playa, con su gigantesca peña de A Rapadoira, era
una especie de patio de colegio, presidida por su anfitrión el señor Pérez, un
simpático madrileño que vino a Foz a
veranear tres semanas y por la tontuna de la guerra se quedó tres años.
Decoraban esta misma playa una explosiva rubia (o así la imaginábamos),
pariente próxima del cacique lugués Pepe Benito, y Amalita, serena belleza
asturiana, que, en circunstancias algo confusas, llegó con sus padres a Foz,
donde permanecieron varios meses.
El señor Cageao, aquel pionero del Foz actual veía concluida la
entonces fabulosa construcción del cine de su nombre. Los carteles anunciaban
su inmediata inauguración con un extraordinario espectáculo enxebre el 25 de
julio del 36, donde actuaría el coro lugués Toxos e Frores. Las circunstancias
lo impidieron y el cine-teatro fue inaugurado en la misma fecha tímidamente con
la proyección de Vía Láctea, de Harold LLoyd, actualmente revivido por la
televisión. De todas formas, Papíto no era hombre al que se le encogiera
fácilmente el corazón, y a los pocos meses de la fallida inauguración, la
cartelera anunciaba: “Procedente del Teatro Argensola de Zaragoza y de paso
para Coruña y Vigo, actuación de la compañía de teatro Florencio Medrano y
Esperanza Rubio”, con un elenco de 26 artistas que debutaban con “El Idiota”.
Como antes, después y siempre, el mar y sus elementos era lo que rompía
la monotonía del diario vivir. La flota pesquera de motor empezaba a tener
entidad. O Peidiño había sido reemplazado por O Alfa, de nombre La Golondrina. La
vieja Elisa, del Chamarro, daba paso a su sucesora, en mala hora llamada
República; La Villa ,
Polar, Madrileña, María, O Paques, O Páxaro, Rosita, etcétera, eran otras de
las embarcaciones de mayor fuste.
El frente estabilizado a pocas decenas de kilómetros, dejaba en zona
roja la mayoría del litoral cantábrico, lo que hacía temerario navegar más allá
d’o Gabito. Por otra parte, los jóvenes de las dinastías marineras de los
Chamarros, Fraga, Quintalero, Lourín, Carballido, Cachitas y otros, estaban en
los frentes, quedando para tripular estos pesqueros los viejos y los críos,
donde los había.
En aquellas circunstancias, el bonito y el atún, en frase vulgar, se
mataban a gorrazos sin necesidad de rebasar o cántaro y en ello llevaba ventaja
Chao con o baúl, así denominado por su parecido con estos armatostes, lo mismo
que en el rato y agulla, Castiñeiras, Claudio, Chila y O Mangueiro, que les
bastaba para formar dotación su experiencia marinera y la ayuda de sus críos.
Un hecho emotivo, por aquellas épocas, conmovió al pueblo, burlando el
rígido bloqueo marítimo ejercido por la flota del bando nacional, una
embarcación santanderina de San Vicente de la Barquera arribó a la
altura de Foz. Sorprendentemente, su única dotación estaba formada por dos
niños de 12 y 14 años de edad, motivados seguramente por un afán
de protagonismo, sustrajeron en aquel puerto la embarcación,
emprendiendo una aventura que cualquiera puede juzgar. Liberado el norte
después de muchos meses, niños y embarcación fueron devueltos a su destino.
Otra diversión que nos proporcionaba el mar era la construcción de la
escollera de Tupide. Las enormes rocas eran transportadas en una gabarra que
creo que tripulaba Lorenzo de Mariña, José María de Pisón y Rascabolas, hasta
que un buen día se hundió la gabarra. Su reflote, espectacular, consumió buenas
dosis de ingenio no exento de comicidad. Cuando la marea era baja se amarraban
al casco unos enormes bocoyes que al subir la marea se iban hundiendo hasta que
la fuerza de inmersión reventaba las sogas, lanzando una y otra vez los bocoyes
al aire como globos de verbena. Era todo un espectáculo, que lógicamente
molestaba a los protagonistas. Los críos, dejados un poco a nuestro aire,
aprovechábamos todas las formas de divertirnos dentro de las limitaciones de
unos tiempos y una sociedad que no era precisamente de gran consumo.
Los días festivos caminábamos a Pozo Mouro, para ver los convoyes
militares, especialmente las tropas moras, de paso para el frente de Asturias.
Los juegos predilectos, aparte de fútbol, que ya se practicaba en cantidad, era
el descenso por la carretera nueva en bicicletas de madera que nosotros mismo
construíamos. En la doble faceta de conducir y construir, era especialista un
crío de Fondós con nombre pornográfico, quien transcurrido el tiempo se
convirtió en virtuoso de la forja. Las propinillas dominicales, una vez separados
los 20 céntimos del cine, eran para el señor Montero, que siempre estaba a mano
con su tentador carrito de golosinas, y con menos frecuencia para el “cubano”,
aquel emigrante de Mondoñedo, grandote y voceador que, como nadie, pregonaba
sus famosos “soufres”.
Los mayores, por fuerza austeros, consumían sus horas de ocio
escuchando por los altavoces del Capitolio las arengas de Queipo de Llano.
Otros recuerdos de aquellos tiempos acuden a la mente que no
consideramos propios de incluir en un libro de fiestas. Tal vez, al heterogéneo
colectivo del Foz actual estos grises sucedidos nada le sugieren, pero bueno es
creer que aquellos que participaron de estas vivencias han de sentirse
identificados con uno y dispuestos a rememorar el pasado en esta edición de San
Lorenzo, que a todos deseamos muy feliz.
Lugilde. Betanzos, verano de 1980"
Poesía de Noriega Varela, no folleto das festas. |
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