Don Ramón Salgado Toimil, mestre en Foz e animador cultural
do noso concello, era un namorado da historia; aproveitaba calquera momento e
ocasión para escribir sobre a historia do noso concello. Este artigo que hoxe
publicamos titúlase Santuarios Gallegos.
La ermita del Obispo Santo e foi publicado o día 1 de xaneiro do ano 1943
no periódico El Pueblo Gallego.
Transcribímolo tal cal saiu no seu momento para
transportar ao lector, a través das verbas do mestre focense, a aqueles tempos
da primeira metade do século XX.
“SANTUARIOS
GALLEGOS. LA ERMITA DEL OBISPO SANTO.
Al estudiar San Martín de Mondoñedo como
iglesia comprendida dentro del flujo de las peregrinaciones a Compostela, hemos
citado la visitada capilla que en el alto Mourente, antiguamente nombrado A
Cruz do Agrelo, sobre una panorámica colina que domina el mar hasta bien
adentradas las costas de Asturias, una de las atalayas más abiertas y hermosas
de nuestras rías, conmemora, no lejos de Foz, el milagro del hundimiento de las
naves normandas por las oraciones del Obispo San Gonzalo. Ocurrió el prodigio
que los historiadores cuentan con maravilla de detalles en el siglo X, según la
crítica más autorizada. ¿De qué tiempo arranca la erección de esta ermita? Casi
seguro que no mucho después del santo Prelado, cuando estaba, todavía viva en
olor de santidad su memoria y fresco en el alma del pueblo el recuerdo de sus
milagros. Creemos que hay que dar a este histórico santuario la misma antigüedad
que al culto tributado por estas gentes a su Titular. Y de la información
ordenada en 1704 por el prelado mindoniense señor Navarrete, veinticuatro
testigos estuvieron contestes en afirmar que, según tradición inmemorial de sus
mayores, “movidos los naturales del gran concepto que hicieron después del
prodigio de las naves que obró dicho Obispo Santo así como del milagro de la
Fuente de la Zapata, que está cerca de la Iglesia del Priorato y que se dice
haber brotado allí bajo la virtud de las sandalias del Santo, lo trataron como
tal y después de sus días le edificaron una ermita en el Agrelo donde obró el
milagro de las naves con su altar e imagen; y en la iglesia le colocaron en un
sepulcro de piedra honorífico, y levantado del suelo en que está su cuerpo y
sobre el pusieron un altar pintado en la pared con la imagen del mismo Santo en
que se ha dicho misa y dice hasta hoy en día y los prelados por su devoción, la
dijeron allí estando en la visita de San Martín de Mondoñedo”. Hechos que
consignó también como tradicionales, ya en 1632, el párroco de Foz don Diego de
Río.
De
esta capilla, que según escribe Flórez, en España Sagrada, por ser antiquísima
hubo de ser reedificada en el siglo XVII, fue patrono el Cabildo de Mondoñedo,
mientras estuvo enajenada del Real Patronato la Iglesia de San Martín, pero
dejó de serlo desde la sentencia recaida el 2 de octubre de 1745 en el famoso
pleito que en defensa de las regalías de la histórica colegiata tesoneramente
sostuvieron sus priores contra la Mitra y el Cabildo.
Costumbre
secular que venía de los días en que San Martín era asiento de la sede dumiense
y que fue perdiéndose años antes de 1849, era concurrir a la ermita del Obispo
Santo todas las cruces parroquiales de la redonda en rogativa los tres días de
letanías menores que preceden a la Ascensión, especialmente la víspera de esta
festividad. Por la escritura existente en el archivo parroquial referente al
particular venimos en conocimiento de las que concurrían a esta procesión de
las letanías y que eran las que entonces integraban el Arciprestazgo de la
marina cuya cabeza es San Martín.
Por
los caminos trillados de la tradición, en cuya costumbre inmemorial, da fe la
referida información del señor Navarrete, acudían a este histórico santuario frecuentes
romerías poseídas por el inextinguido fuego de una devoción secular que se
hallaba encendida en las almas a lo largo de todas la tierras del Norte de
Galicia y Principado de Asturias.
Fotografía realizada por Carlos Andrade.
Pero,
sobre todo, eran muy sonadas las romerías de los días de Pascua del Espíritu
Santo. Lo mismo que en su vecino San Andrés de Teixido, ya en víspera de la
fiesta mayor, lunes de Pentecostés, comenzaban a afluir en legión los romeros,
especialmente los de “lonxe”, que entre otros lugares aromados por la leyenda
de santidad de Taumaturgo, visitaban con rendida veneración la fuente de la
Zapata, cuyas aguas milagreras eran bendecidas dicho día y llevadas cual
bálsamo curativo a los hogares creyentes, así como la grandeza histórica y
arqueológica de la vieja Catedral de San Gonzalo, cuyo relicario besaban
postrándose ante las cenizas del Santo Obispo, guardadas con las sandalias,
cíngulo, anillo, báculo (1) y otros retazos de ornamentos casi incorruptos en
un sarcófago antropoideo de piedra que, después del reconocimiento realizado en
tiempo de los obispo señores Grijalba y Navarrete (1648 y 1704) para evitar
profanaciones y sustracción de reliquias por la piedad mal entendida de las
gentes, se ordenó cerrar con fajas de hierro y tres llaves de una de las cuales
era guardián el Obispo, de otra el Cabildo y el Prior de San Martín de la
tercera.
Ya
que del báculo y anillo pastoral de San Gonzalo hacemos mención, notaremos que
son joyas singularísimas, las más antiguas en su género entre las existentes en
España. En el remate de su voluta de plata ostenta el báculo, que con vestigios
de haber sido dorado, es de madera desconocida y ligerísimo en su peso, una
cabeza de serpiente con una manzana en la boca; el anillo es de oro, bien
pesado, con un águila en cuyos ojos fulguran dos piedra preciosas, y en él se
lee con caracteres góticos “nolo ese datus nec venundatus” (no quiero ser dado
ni vendido).
Luego,
a la caída dela tarde, acompañar procesionalmente la imagen del Santo desde la
iglesia prioral a la ermita, por el mismo camino pedregoso de la leyenda, por
el que el milagroso Obispo, vestido el cilicio, los pies descalzos y con una
cruz sobre los hombros, subió seguido del pueblo y de sus canónigos al alto de
Agrelo desbaratando y hundiendo las naves piratas de los normandos, cada vez
que el peso de la cruz le obligaba, por su avanzada edad, a arrodillarse,
enarbolándola a fin de que todos juntamente la adorasen.
Con
la aurora del lunes de Pentecostés retumban de nuevo las bombas anunciadoras de
la gloria del día. Arrástranse de hinojos, alrededor del santuario, en
cumplimiento de sus votos, peregrinos creyentes con el alma encendida en una
devoción sincera. Y después del Misote, o gran Misa solemne, entre el vuelo del
esquilón, salvas de pólvora y los sones de la banda popular, sale el Santo
Obispo Libertador de piratas, encima de su pavés procesional, vertiendo sobre
el homenaje de las generaciones reverentes la gloria de su bendición.
Después,
cumplidos los votos y devociones, bailes, vino y amor. Como en los “pardones”
de la Bretaña francesa, a la sombra de la ermita que protege y persona, los
rezos y las danzas, las penitencias y las borracheras, con la misma gracia
pagana que rezuma de los odres viejos, como reminiscencia de aquellas danzas
ritualísticas que tan profundas raíces tuvieron en Galicia, adquiriendo un
carácter religioso que San Martín de Braga reprende en su “De corretione
rusticorum”.
Y
cuando por enciam de la umbría de los pinares llega la noche con su tiro de
caballos negros, con las últimas salvas de honor retumbando en las hondonadas
de la tierra y del mar, las últimas coplas de los romeros que retornan: “Santo
Obispo Gonzaliño / santiño dos mariñeiros / danos o vento de popa / que imos
sin timoneiro. / viñen este ano ao Santo, / pro ano hei de volver, / quedoume a
miña monteira / no seu altar por coller. / Obispo Santo Gonzalo / que venciches
as naves mouras / deféndelle a esta romeira / o mociño qu’ela adoura. / Na
fontiña da Zapata / bebín auga milagreira / e na capilla do Santo / toleei por
unha meiga”.
Remata o artigo afirmando que toda esta documentación
está recollida do libro titulado San
Martín de Mondoñedo, que está en imprenta. Non sabemos se o citado
libro chegou a saír publicado.
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