Tal e como temos
contado xa no noso artigo titulado O
afundimento de 1893 en Nois e Cangas (http://ogabinetedefoz.blogspot.com.es/2015/01/o-afundimento-de-1893-en-nois-e-cangas.html ) o mes de decembro dese ano foi un dos
peores meses para a navegación polos temporais que tiveron lugar. No periódico Gaceta de Galicia (1893, 15 de
decembro) faise unha listaxe dos naufraxios que tiveron lugar na costa de Lugo
a consecuencia do mencionado temporal. Segundo este periódico en Morás
naufragou o patache Saturniño, de
Pravia, con 4 tripulantes dos que more o patrón e un mariñeiro. En Cangas o
bergantín goleta Pepita, de San
Cibrao, de 5 tripulantes falecen 2. Tamén en Cangas o pailebote San Antón, do Barqueiro no que morren os
5 tripulantes. En San Miguel de Reinante o bergantín goleta Pepita, de Ferrol, no que morren 2
tripulantes. Menciona tamén o afundimento do patache Vía-Vélez,
aínda que fai referencia a que tivera lugar en Burela, algo que veremos que non
foi así.
Non imos resumir a noticia que sacamos do periódico La
Opinión de Asturias, do 15 de decembro de 1893.
UN
HÉROE DE 12 AÑOS.
Naufragio
del Patache Vía Vélez.
En
la misma noche del 2 de diciembre, cuando la tempestad se desencadenaba en
medio de espantoso temporal, dificultando y haciendo imposible la llegada de
las lanchas tapiegas, otros dos barcos, un bergantín-goleta, de matrícula
catalana y el patache cuyo nombre motiva estas líneas, acechaban la ocasión
propicia de arribar á nuestro seguro puerto. Ambos buques, empujados por
vientos contrarios y obedeciendo al que soplaba
con mayor intensidad, maniobraban, con sumo cuidado, á fin de evitar el
inminente desastre que les amenazaba. Inútiles sus esfuerzos para ganar el
puerto de esta villa, aprovecharon la coyuntura
favorable de poder penetrar en la ría vecina de Rivadeo, y llegados á su
embocadura, vieron esterilizados sus propósitos por nuevos vientos que, mal de
su grado, obligaron á los tripulantes del Vía Vélez á remontar el cabo de
Burela, fiando su salvación al abrigo de las costas gallegas. Desprovistos de
luz, sin rumbo conocido y en medio de unas tinieblas que ocultaban á los hombres
encima de la cubierta, encomendaron el timón al joven Francisco Méndez,
valeroso marino experimentado práctico que supo luchar contra las encrespadas
olas por espacio de dos ó tres horas hasta que un golpe de mar tan impetuosos
como irresistible, barrió la cubierta llevándose en su imponente acometida el
timón, la cocina y cuanto halló ante su paso devastador. La sacudida fue
violenta, atroz y cuando el patrón quiso cerciorarse de las averías sufridas,
el timonel había desaparecido arrebatado por el furioso oleaje.
Es
tan crítica situación, cuando todos pensaban en la muerte, arredrados por una
oscuridad espantosa, mas temible aún que la misma marejada, un niño de 12 años,
Abelardo Acebedo, cuñado del patrón Manuel Viña, despreciando el inminente
peligro, pide á este que le aten con un cabo y que lo lancen á la mar para
reconocer el punto en que se hallaban. Asústase el contramaestre ante
proposición tan absurda como inconcebible, insiste el heroico niño diciendo ser
mas conveniente su muerte que la del marido de su hermana, y en esos momentos
indescriptibles en que la razón no funciona ahogada quizá por el ciego instinto
de conservación, atan al niño y lánzase éste en aquella inmensidad desconocida.
Abelardo
nada como un pez, forcejea entre las olas sin pronunciar una palabra, lucha é
solo contra la tempestad sumergiéndose y levantándose por minutos y no habían
transcurrido ocho ó diez de éstos cuando tropezando en las rocas escarpadas y
trepando por ellas con la agilidad de un verdadero rapaz, dejó ori su atiplada
voz, gritando con toda la fuerza de sus robustos pulmones: ¡ Manuel! ¡Manuel!
Non soltes el cabo, agarraos á el, vir todos á unde tou eo.
Sonaron
en sus oídos , por vez primera, como cantos de sirena, como una concepción
fantástica é imaginaria, y cuando repetidas se aprestaron á obedecer las
órdenes del gran capitán, presurosos sin acordarse de otra cosa que de la
salvación, deslizáronse uno á uno, utilizando aquel generoso cabo que el rapaz
del patache había llevado á puerto seguro. De este peligroso modo salvaron sus
vidas el patrón, Abelardo Acebedo, de 12 años, y Vidal Fernández, de 17 años,
resto de la tripulación, pues el heroico y hábil marinero, tan querido de esta
costa, Francisco Méndez, había sido víctima del cumplimiento de su deber.
Nuevos
Robinsones, los pobres náufragos creyeron hallarse, en un principio, bien en un
banco de arena, bien en una isla desierta, pero el intrépido rapaz, convertido
en hábil explorador, a pesar de la oscurísima noche, escurrióse por los alrededores
hasta encontrar una pared, primero, y una casa poco después, en la que llamaron
y recibieron caritativa hospitalidad, fortaleciendo sus ateridos cuerpos con
los auxilios de ropas y lumbre que les proporcionaron sus generosos habitantes.
Estaban
en Foz, y gracias á los socorros del señor cura y á los donativos de algunas
personas piadosas, después de haber perdido el barco, propiedad del armador don
Francisco Ron y Frade, han podido llegar sanos y salvos á la inmediata villa de
Vía Vélez, de la cual son vecinos.
Muchas
cruces de Beneficencia se han repartido entre los bienhechores de la humanidad
y no creemos que, si á oídos del Gobierno llega el acto, más que valerosos, heroico,
del niño Abelardo, deje de premiar como se merece una acción cuyo solo relato
conmueve y cuya exactitud ha hecho ya popular en estas costas el antes obscuro
nombre del valiente Abelardo Acebedo.
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